Yo me fui a Europa, y a partir de que entro a trabajar en una entidad francesa, fui un afortunado. Trabajaba cinco horas a la semana, las agrupaba todas en una tarde, y siete meses al año, ganaba un sueldo, el servicio social lo cubría todo, dientes, anteojos, todo gratis y hasta ahora la tengo como jubilado francés. Tengo una jubilación plena de funcionario, y una pequeña pensión, pero la seguridad social completa. Puedo morir como un príncipe en París,
Me recuerdo huyendo de la habitación de un hotel en la Costa Azul, en pleno verano de 1969, debido a una tremenda ansiedad, y luego, en pleno invierno de 1971, en París rumbo a mis clases en la Universidad de Nanterre, intentando arrojarme del auto en que un colega me llevaba a dictar mis clases. Nevaba en el Bosque de Boulogne.
De la misma manera en que el segundo hotel en que nos alojamos, esta vez sí
sumamente elegante, aunque nada bien ubicado -13 rue des Beaux- Arts- dentro
del mapa sentimental del París de mis años mozos y de mis recuerdos más
entrañables, se portó muy encarecidamente bien, y punto, también. Curiosamente,
este hotel tan elegante y original -no tiene una sola habitación, un solo
mueble, una sola cortina que se parezca a otra, un ápice- lleva por nombre nada
menos que la palabra Hotel, así, a secas, con tan sólo la hache mayúscula y el
artículo que lo deja convertido en hotel L'Hotel. En él languideció, agonizó y
murió Oscar Wilde, paria del destino, hombre, poeta y dramaturgo caído en
absoluta desgracia tras haber sido el niño mimado del todo Londres de su
tiempo, que era bastante más Londres que el de hoy, créanme ustedes. Y, al
revés, en una época en que L'Hotel era muchísimo menos de lo que es hoy. En
cambio, algo o mucho tendría que haber mejorado ya el hotel L'Hotel en los años
cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando Borges se alojaba allí con su
madre, cada vez que llegaba a París. (Declaraciones extraídas de diversos
medios de comunicación).
Tras
vivir en París, fui como profesor a la Universidad de Montpellier. Seguí
en contacto con Julio Ramón Ribeyro. Lo llamaba por teléfono y, a veces,
nos escribíamos alguna carta, pero yo iba a París y aparecía en su casa
siempre. Ocurrió algo conmovedor. El hijo de Julio Ramón me mandó a decir
que quería quedarse en mi casa unos días porque yo había sido amigo cuando
él era muy niño y su padre enfermó. Yo había sido amigo de su padre antes
de su enfermedad y quería hablar con un amigo más joven que le contara
cómo había sido su padre sano.
Me
tocó vivir en París el Mayo del 68, donde si tú no terminabas la clase en
la cama con una chica, la clase no había sido buena. Ellas se subían al
metro, me metían letra y se venían a mi cama. Y yo era violado con gran
placer. Ahí nacieron grandes amistades que conservo hasta ahora, cuando
esas chicas son unas viejas que me adoran.