P: ¿Qué hay en La habitación secreta?
Respuesta: La habitación secreta está pensada como un lugar de
refugio, de encuentro con uno mismo, en medio de un mundo con el tiempo
acelerado, tanto que no nos permite un elemental ejercicio de reflexión, ni de
contemplación. La habitación secreta es todo lo contrario que la
tristemente celebre habitación 101 de Orwell en 1984. Esta es un espacio de tortura,
de miedo, de materialización de nuestros temores más profundos en manos de un
Estado omnímodo. Aquella es un mínimo espacio de rescate, una tabla de
salvación frente al mundo.
P: ¿Es La habitación secreta un
espacio para el lector melómano y para la música?
R: Para mí la música, especialmente aquella que denominamos (no siempre con
exactitud) culta o clásica es pieza clave en la formación del mundo. El mundo
no existiría sin la música. Mi libro está escrito como un diálogo con la
música, o como un pensamiento que brota cerca de esa fuente infinita que es la
música, superior a cualquiera de las otras manifestaciones artísticas, y que
aúna en un solo ser la exactitud de las matemáticas y la expresividad de la
poesía. Aunque mi educación musical no sea lo rica y frondosa que yo hubiera
querido, al menos crecí escuchando Radio Clásica, para mí fueron horas de
belleza, de sonidos hermosos y de palabras inspiradas. Recuerdo a José Luis Pérez
de Arteaga y su programa El mundo de la fonografía, con cariño evoco muy a
menudo una entrega especial dedicada a la memoria de Jacqueline du Pré. Jamás
había visto a nadie amar tanto el arte, la música, ni expresar con palabras tan
hermosas el valor del sufrimiento de aquella mujer irrepetible en la historia
del arte. Puedo decir que aquello dejó una huella en mi comprensión de la
cultura en general, no sólo de la música.Todavía hoy escucho Radio Clásica
(Martín Llade, Jon Bandrés y tantos otros) pero también otras emisoras europeas
de música clásica. Y cuando la realidad resulta abrumadora, interrumpo todo
flujo de noticias y solo escucho música, me hundo en un océano barroco de
sonidos sin fin.
P: En La habitación secreta encontramos
el ensayo breve, tradicional, pero también otros momentos más alegóricos,
poéticos o directamente ficciones más alejadas de la música. ¿Cómo hemos de
entenderlo?
R: Nací ensayista y empecé a producir textos elaborados expresamente para un
periódico. Me complace el ensayo, me permite usar un rigor académico sin que
canse (espero) al lector eliminando o aligerando la carga erudita a favor de un
texto sobre un tema que pretende seducir y despertar interés del lector. Pero
el ensayo es un género prodigioso que puede crecer autónomo y con libertad. Por
eso recurro a una prosa más poética, más alegórica y atemporal, en busca de una
belleza perdida, cuando no recurro directamente a la ficción; y eso me complace
especialmente, me refiero al hecho de haber creado una ficción narrativa
alrededor de Goethe, Beethoven o del cardenal Pietro Bembo. Todas esas
ficciones beben en muchos casos de
P: ¿Cuáles son?
R: La ausencia de humanidad en todos los aspectos de nuestra vida. La
devastadora ausencia de una cultura de la belleza como obra de arte, el vacío
de un mundo basado en el consumo inmediato. El tiempo se ha disuelto una serie
de fracciones ilimitadas llenas de sensaciones porque no hay sitio para los
pensamientos ni para el resto de la humanidad. Rodeados de artificialidad por
todas partes, hemos perdido el contacto con la naturaleza, por supuesto, pero
también con lo primordial. El paisaje, el amor, los sonidos bellos del mundo, o
los emanados de la música. Todo ello parece perderse en un mar de trivialidad.
La habitación secreta no es un libro tan ingenuo para negar que ese mundo
exista, pero busca un lugar de recogimiento, de refugio, y en último término de
resistencia.
P: ¿Es un libro pesimista?
R: No creo que lo sea. Naturalmente que siempre hay esperanza, la capacidad de
regeneración de la humanidad es asombrosa. Si La habitación secreta es
un santuario es porque hay objetos sagrados que preservar y conservar, que
transmitir a la humanidad, en la línea como Stefan Zweig lo hacía. El mundo
afronta grandes retos, su salvación depende de muchos factores y uno de ellos
es conservar la capacidad para la emoción, para la verdad, para la música y el
arte. La cultura no puede perderse, porque perderíamos la humanidad. En ese
sentido no es un libro pesimista, sino un mensaje para el futuro.