Pregunta.- En una época en la que todo es velocidad, consumido rápidamente y desechado de forma inmediata, ¿por qué te atreves con una narración histórica que exige reflexión y estudio?
R.- Me encanta la historia. Es más, creo firmemente en la frase que reza: el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Siento que vivo en un país que repite una y otra vez los mismos errores. Y considero que esto sucede porque somos muy terrenales, estamos profundamente atados a nuestras pasiones más viscerales, lo que nos condena a una retahíla de errores que seguirán sucediéndose durante siglos. Es más, vivimos en un mundo en el que, si alguien escapa de la caverna de Platón y regresa para iluminarnos, lo lapidaremos. Por eso considero que hace falta una lectura más reposada y científica de la historia. Cuanto mejor comprendamos nuestro pasado, mejor entenderemos nuestro presente y mejor nos prepararemos para el futuro. Por desgracia, esa reflexión no existe en la mente del 95% de las personas que conozco.
P.- ¿Por qué eliges dos elementos en apariencia tan antagónicos como
son una catedral maldita y un científico como protagonistas de tu historia?
R.- Refleja la dualidad que creo que hay dentro de cada ser humano. Somos
contradictorios. Necesitamos la fe, y creemos que hace falta pensar en grandes
creadores y guías espirituales que son quienes nos dan lecciones morales, nos
dicen cómo vivir y nos enseñan el camino. Yo he sufrido eso. Sin embargo, la
ciencia acaba por encontrar explicaciones racionales para todo. De ahí esa
lucha ancestral y antropológica entre nuestros instintos y nuestra
racionalidad. En el fondo, creo que todo está en nuestro interior. Lo que pasa
es que una cosa es ser el que piensa y decide, y otra uno más que sigue a los
que mandan o piensan sin rechistar, sin reflexión, sin pensamiento crítico.
P.- ¿Qué inquietudes pretendes traspasar a los lectores que quieran
leer La catedral de ébano?
R.- Todas las que a mí me preocupan. La excesiva creencia en una fe, ya sea
religiosa o científica, la perseverancia fuera de toda lógica, aunque nos lleve
a la perdición, las luchas internas por defender posturas, aunque nos encaminen
a la tragedia, la incapacidad de análisis real y de crítica analítica sobre
todo lo que nos rodea, la creación de mundos infantiles y estúpidos para no ver
cuanto acontece a nuestro alrededor o para endulzar en exceso un mundo cruel y
a veces incomprensible como el que sufrimos… Podría seguir, pero mejor paro.
P.- En tu obra recurres mucho a la lucha interna de los personajes. ¿Es
algo que te afecta a ti y trasladas a los protagonistas de tus libros?
R.- En efecto, como ya he dicho, todos los personajes que imagino, ya sea
en ‘La catedral de ébano’ o en cualquier otra historia, al menos los
protagonistas, están en constante lucha interior. Evolucionan, piensan,
reflexionan, ponen todo en duda, tienen muchas inquietudes. De hecho, me gusta
enfrentarlos a la masa, a la muchedumbre enfurecida, a gente con poder y mínima
capacidad analítica o crítica. Me atrae esa lucha porque creo que es lo que
sucede hoy en día. Ser lúcido en este mundo está penado gravemente. Todos
tratarán de convencerte de que te equivocas, tienes que ser uno más y aceptar
lo que te toque sin rechistar.
P.- ¿Qué o quién influencia esta obra?
R.- Podría empezar y no acabar nunca. Dos de mis mayores influencias son
Stanislaw Lem y Joe Haldeman. Pero esta historia que comenzó como un relato y
ha acabado como novelette fue tomando forma mientras leía novelas cortas de
autores como Alexandre Dumas, Mary Shelley, Guy de Maupaussant… Además, en mi
propio imaginario poseo una larga tradición de lecturas desde mi más tierna
infancia que van desde Verne, Wells o Allan Poe a Gautier, Vance, Lovecraft,
Conan Doyle, Alan Moore, o Tolkien… Y por supuesto, pulp, mucho pulp. Adoro a
esos escritores del siglo XX que escribían una novela en una semana bajo
pseudónimos como Clark Carrados o Keltom McIntyre.
P.- Y, ahora, ¿qué?
R.- Ahora, no sé. De momento sigo dándole vueltas a todo, sin parar de
analizar cuanto lo que me rodea ni un solo segundo. Todo ello acompañado de
mala leche e ironía, cierto punto idealista que no me abandona jamás y mucha
lectura, sobre-información y aprendizaje continuo. No pararé nunca de leer,
escribir y dar rienda suelta a mi imaginación y a mi capacidad de análisis para
seguir dibujando el mundo, tal como yo lo veo, en mis novelas, ya sean
históricas, fantásticas, románticas o realistas. Todo género es en realidad una
oportunidad de mostrar la vida a través de los ojos de su autor, y esa es mi
intención, y lo haré mientras me apetezca y tenga energías, ganas y editoriales
como
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